La trilla
Una de las más viejas pulsiones del pensamiento poético es la aspiración a fundir el arte con la vida. Dicho esto desde una metrópoli y nuestra escritura que se desea moderna hasta exagerar la nota, resuena como una utopía imposible, la intentona frustrada de generaciones de bohemios que, como nos enseña la civilización a la que pertenecemos –ya a punto de caer–, solo debían mirar hacia adelante y pensar en sí mismos como portavoces de sentimientos únicos.
La vida inseparable de la poesía, sin ostentaciones: son las señas que nos da la obra poética de Cristian Chiri Moyano. Desde el trayecto –siempre caminado a la altura del suelo– del personaje cavilante y solitario hasta la conmoción de lo colectivo, ha logrado mantener y consolidar una voz consistente e indispensable en el ámbito literario de la región de Valparaíso.
Nuestro autor ha sabido ejercer una diferencia dentro de un territorio escritural que sabe presentar obstáculos a sus autores. La provincia de Valparaíso impone una hegemonía poderosa, sobre todo el “interior” y el “litoral central”, subsumiendo y gravitando sobre toda una historia de labor literaria. Quebrada de Alvarado,
el lar de Moyano desde su nacimiento en 1974, a 55 kilómetros de la capital regional y perteneciente a la comuna de Olmué, colinda con la Región Metropolitana, de hecho, a través de la Cuesta La Dormida. Vale decir, se trata de un territorio “de orilla” que no ha dejado de generar y adoptar entre sus cerros voces poderosas, como Hugo Goldsack, Irma Astorga, Renán Ponce y Axa Lillo. Desde aquí, su trayectoria se proyecta efectuando numerosos viajes por Argen-
tina, Bolivia y Ecuador (país en que escribe la mayor parte de su segundo libro, Taciturno, de 1999), donde ejerce su oficio de escritor y artesano y, podríamos decir, hacia donde acaba dirigiéndose inevitablemente su obra.
La trayectoria de Moyano ha conseguido escaparse decidida- mente de cualquier molde: parte importante de su trabajo le debe más a los grandes referentes de la vanguardia chilena –Huidobro, el clan De Rokha, Rosamel del Valle, Teófilo Cid– o la iconoclasta ironía parriana que a los autores tradicionalmente vinculados a la poética campesina o el verso en décimas. Esto hace que su elogio de la vida natural y las labores del suelo aparezca depurado en forma y estilo en su obra más reciente, con una parquedad y síntesis que le acercan a la escritura oriental.
Su camino lo dirige hacia una expresividad precisa de la palabra poética, que no duda en elegir los términos justos por sobre los decorativos o altisonantes. A este respecto, no es infidencia decir que la relación directa de Moyano con la vida campesina le lleva a una formulación que no mitifica ni sacraliza una “vida natural” (ya sabemos que la raíz del concepto de lo sagrado tiene que ver con la separación, el alejamiento) y, sumado a esto, su trabajo de investigación sobre la historia de su comuna y los oficios campesinos le ha entregado un imaginario y un lenguaje que busca traer a presencia la dimensión real de esa cotidianidad sin descuidar el Milagro, el reflejo de lo enorme en lo pequeño que es característica de toda poética moderna.
En esta trilla saltará a la vista la variedad de registros de Chiri Moyano: desde el verso largo hasta ejercicios de concisión; desde la emoción a flor de piel hasta la contemplación concentrada; desde un ácido humor hasta la melancolía; desde la expresión áspera y contingente hasta el registro impresionista de la naturaleza. Por eso, la selección ha querido ser amplia sabiendo que el lector no es uno, sino muchos, y la escritura poética no se basa en una norma general, más bien en el hecho siempre renovado de la relación de cada poema con quien lo lee.