Soy hombre mujer Dios como tú
Un día cualquiera me marché, desperté en los gaths de Varanassi, desperté como un amante en los delicados bosques de Vrindavana. Y recordé, recordé, recordé. El sentimiento emergió como lluvias del monzón, exageradas, intensas, incomprensibles. El aguacero me recordó palabras olvidadas, invocaciones, nombres, genuflexiones. Mis pies recorrieron la India como tantas veces, rapé mi cabeza, reiteré la iniciación a los pies del maestro, quemé mis dedos en el joma y en el arathi, ofrendé a las infinitas formas de las deidades, me hundí en los Upanishad como el párvulo que vuelve al alfabeto. La India me reconoció, me abrazó como su hijo, pude Ver detrás del velo, pude besar sin labios, amar sin mente, la meditación trajo la Presencia y el bhakti.
Amantes usurparon mis manos, mis ojos, soplaron mi corazón lentamente, surgió el mareo, la absorción. Me senté por largas horas embebido de mi mismo, tocaron mis pies los sadhus, susurró en mi oído en orgásmicas noches la eterna consorte, luego todo se desvaneció de mi memoria como en cada ciclo repetido. Reí incondicionalmente por largas temporadas, luego se detuvo y devino la áspera soledad existencial, rocé la unicidad, a borbotones experimenté el amrita, el soma interior, la infinitud del saguna y el nirguna, lloré la inefabilidad. Nos levantamos a desayunar.