Lado oscuro
En «Lado oscuro» emerge la voz del hablante sin estar totalmente presente: se adivina entre los pliegues del texto, entre el yo del no-lugar y la escritura que se desgarra. Es una voz que no teme mirarse en el espejo roto de la existencia, que se reconoce en la fractura, en el vacío, en la sombra que no se disfraza de luz. Su estilo es un recorrido mental donde las grietas del espejo reflejan una parte de lo que somos y de lo que tememos ver. Aquí no hay un descenso temeroso hacia la oscuridad, sino una caída voluntaria, un salto sin red hacia el lado oscuro, donde lo que se oculta arde con más fuerza. La escritura poética es el sendero que nos adentra en la jungla, la selva o el bosque del yo que se expone sin máscaras. En lo profundo, todo se desata: miedos, traumas, rabia, contradicciones. La poesía y la fotografía abren las compuertas de la autorreflexión; son, a la vez, el camino y la herida. No hay complacencia en estas páginas, sino una exploración brutal de la identidad, una voz que se sabe observadora y, al mismo tiempo, carne expuesta. Su autora revela sus formas y vértices, pero no para mostrarlos con delicadeza, sino para arrojarlos sobre la mesa, sin anestesia. En esta obra, no hay un yo pulido ni una verdad edulcorada. Hay vértigo, autodescubrimiento y, finalmente, autoconocimiento en estado crudo. En este territorio, ella misma es su identidad en palabra y hueso, en sombra y luz, en lo que brilla y en lo que duele.