Mármol
A la manera de un pequeño filósofo, aprendiz de cínico, ni atildado ni gazmoño como los quejicas y panzones que llenan o vacían por igual auditorios; Pedro Mena con un cigarro en la boca y un libro de Cioran bajo el brazo, en el Café o por los paseos de León, observa distraídamente las cosas del mundo y va a la caza de notas y citas para ensayos por redactar, con frecuencia, postergados. Ello hace de Mármol el denodado esfuerzo de un paseante y lector ordinario por vencer los trabajos y los días, en una madriguera atestada por las fantasías de un escritor y sus miedos reales, donde fruyen la protesta y la renuncia como antídotos al embuste, en tropel, de escritores comprometidos y dizque ingenieros del alma. Ese es el precio que debe pagar el ensayista rapaz: cauterizar sus úlceras y soportarse a sí mismo. ¡Menudo ejercicio espiritual!