Tronadura de amor en Chuquicamata
Todo se ha presentado, todo se ha presentado, repetía, deseando responsabilizar al destino de los hechos. Sabía que estaba cruzando un umbral que hasta hace poco le era impensado y obnubilada estaba asumiendo una mancha que no sería posible borrar.
Ese día fue especial, Sara anduvo toda la mañana pensativa, ensombrecida, nerviosa. La cita le producía suspiros profundos que conllevaban esperanza. Sabía que algo cambiaría para siempre, que su vida daría un giro. Cuando llegó la hora salió de su casa, tomó el vehículo. Cruzó algunas calles del campamento. La ubicación del sol le indicaba que ya era la tarde. Bajó por la huella que lleva a Calama. En el camino pudo apreciar parte de la torta minera, más allá las lagunas que se formaban sobre el desierto como producto del relave. Son bonitas pensó, adornan el paisaje y hacen especular en pausas. De ahí más y más extensiones de tierra desértica. Al rato estaba frente a la gran mancha verde que es el oasis de Calama en medio del desierto. Había llegado al lugar indicado.
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