Devenir océano
Después de Gilles Deleuze y Félix Guattari entendimos que pensar en solitarie no solo era imposible, sino que, además, era de muy mal gusto e ingrato. Ya que en realidad estamos siempre acompañades. Acompañades no solo de otras personas sino que, además, de diversas intensidades, planos, latitudes y devenires. De igual modo, creemos que la página o la tela de pintar, que comúnmente llamamos «blanca» y que le amputamos a su blancura o vacío, lo que nos frena e impide crear. Deleuze hablando del obrar de Francis Bacon dice que la cosa funciona más bien al revés. Que la página o la tela, lejos de ser blanca y vacía, está llena, saturada de imágenes, de fantasmas, de miedos, como de tonteritas yoicas, narcisistas. Razón por la cual, intervenir con las primeras manchas, gestos o palabras no hace sino limpiar, sustraer, amputar, creando un campo situado de resonancias y de construcciones posibles. Aquí, tal como un binomio «ch’ixi» (S. Rivera Cusicanqui), Eugenia Prado Bassi y Miguel D. Norambuena fabrican un deseo-poder-compartir territorialidades adyacentes desde lo impersonal a lo singular, así como comparten desde lo preindividual a lo colectivo y transversal. Un compartir como apañe, como clínica esquizo, como política. Compartir, agenciarse con otres, líneas de vida, de fuga. Líneas inmanentes con todos sus reveses, caídas, duelos, sobresaltos, pliegues como errancias y advenimientos. Compartir la alegría, la fuerza-de-poder sortear –bien que precaria– la necropolítica en curso. Poder sortear la normopatía como la infamia que azota con una exponencial indolencia a jóvenes, mujeres, hombres y LGBTQIA+. Más aún, poder compartir una alegría –work in progress– rizomática, tal un gesto sanador, caos-político que al instar de los «gestos menores» de Erin Manning nos susurran al oído que otras formas de valor, de estar-aquí, ahora, presentemente, son posibles. epb-mdn.