Reseña

La voz de la poeta es clara, límpida. Y los objetos se ubican con
similar calma sobre el tablado. Se hacen parte de él; significan tanto en
la realidad como en la imagen grabada y guardada en la memoria. La
mesa, la silla y el cuadro se elevan desde una horizontal indicada por el
lecho o el alféizar; el ámbito y la espera. El flujo semántico de las cosas
nombradas se hace evidente en tal discurso y así aportan el ambiente
necesario, a su plena lectura, en el extenso sentido de la palabra.
Al respecto, ya Miguel Arteche y Horacio Hernández Anderson
destacan en sus notas la contención y la carga de significados
producida por su economía en el lenguaje: Ha pasado la vida/ se ha caído
un árbol/ la casa ya no existe, declara. Aunque recuerdes a los tuyos, a tus
amigos o la fiesta; o a aquel viaje fugaz ya realizado, ya ni son los
amigos si siquiera el escenario montado sobre una cubierta, ni el
sonido ni la furia, pues aquello fue cuanto pasó. Y así en el cine,
pertenecía a ese tiempo perdidamente hundido. Ahora ya no es sino
hologramas en la memoria, sombras en el baile de una sala vacía; o
acaso fotogramas de un film mirado a tientas sobre un álbum de
imágenes arrinconadas por allí. Como bien nos explica, son sino
objetos de memoria en un bolsillo roto, grabados de un tiempo ya
perdido y aquellos sino sus personajes.
El lector no hallará en estas páginas inmensos o sonoros poemas.
La voz de Vilma Orrego se mantiene con la misma calma de sus
mirada al sostener tras su sonrisa pequeñas joyas, ciertos rubíes más

bien, para deleite de quien disfrute estas líneas: Era de tarde y hastío/ algo
quedará dentro de mí/ que algún día fuera tuyo. Ningún adjetivo tiene cabida
en los intersticios del verso. El texto simplemente es; y con eso basta.