Luis el rebelde
“Era la hora del tramonto y el cielo estaba azul atenuado de invierno. En la plaza lúgubre de un pueblo desconocido, yacía el cadáver de un varón. Tenía el rostro destrozado, en el sólo se notaba la boca desdeñosa, por la que exhalaba un coágulo sanguinolento, en el cual tres o cuatro moscas inadvertidas disfrutaban de aquel manjar de leucocitos.
Aquel varón de aproximadamente 35 años de edad, de un metro sesenta y nueve de estatura, de cuerpo más grueso que delgado, trocaba de luz en tinieblas, la baldosa fría del suelo que ocupaba.
Había preferido morir a renunciar. Prefería ser muerto que vencido o vendido, aunque la traición le exasperaba, la comprendía, porque sabía que existían seres, de cuya condición de animalidad él se asombraba.”