Plan regulador
Cómo reescribir nuevas normas y ordenanzas que organicen nuestras formas de vida. Cómo hacer una nueva construcción para difuminar el desierto, la flora y fauna, y categorizar como un tratado de salva y de muerte la existencia y el recorrido por la ciudad. Eso pareciera ser el diamante negro con que se inscriben los poemas de este libro, donde el autor nos invita a volver a mirar la barbarie, el desplazamiento, lo predecible, y también volver a la ruta, al camino conocido, y morder la disciplina para seguir el recorrido que dejo el fuego, el devenir estallido, entre cuerpos subalternos y cuerpos elegidos (por la hoguera de una ciudad). Volver a lo inestable de la memoria, el algoritmo de una ciudad sin llamas, el inconsciente y la fuga al manual, al tratado, sin vigilancias ni castigos. Entonces aparece la escritura, el último manifiesto, el único escape, la mejor forma de escribir en tiempos de crisis, la única forma de afilar el lápiz como cuchilla de guerra en escenarios llenos de esqueletos de ballenas urbanizadas y de habitantes maquinales, cyborgs y descontrolados. El plan regulador que nos presenta Jaime Ahumada es precisamente la forma única y final que tenemos para transitar, y escribir de las ciudades como cartografía poética y política, como una georreferencia de la falta, con archivos como sangre seca, y con las heridas abiertas, entre Morandé 80 y la Avenida arteria/Alameda, entre el bandejón y la bandera monstruo, entre el vandalismo/poema y el fuego salvaje. Porque ya no existen banderas, ni mapas de rutas para regresar a casa, o para volver a un lugar seguro y secreto en medio del abismo neoliberal.