Antología poética Segundo Festival de Poesía Elena Caffarena
Poéticas feministas Trans Andinas
I
La escritura es siempre una experiencia a oscuras. Más allá de los espejismos, los fuegos fatuos, los reflectores. Se trata de tentar tanto como tentación e intento. Ese deseo es el que mueve a un cuerpo a querer ser un corpus: una autoría. Esa potencia de la piel por el papel es la misma que la del abdomen por volver a ser tronco. Siempre se vuelve al estado animal, vegetal, mineral. En ese borde donde acaba la escritura es que comienza la literatura. Allí donde todo lo otro, humano o no, vivo o muerto, hombre o mujer en todas sus posibilidades es, efectivamente, todas las posibilidades.
II
El género, el sexo, la perspectiva, es siempre una propiedad de la lectura, no de la escritura. Ese deseo, todo deseo, proyecta, se proyecta en lo otro. Esa es la fascinación. La literatura, la poesía, se regocija en todo lo otro que podemos ser, imaginar, ver, acariciar. Un libro no es algo sino cuando es hecho a andar, esto es, cuando le hacemos preguntas a las preguntas que son los poemas, cuando queremos saber qué pensó ese poema cuando lo pensamos, inventar sus lecturas cuando lo leemos, pero sobre todo, desear con él cuando también está deseando. Leer es esto. No encontrar sino desencontrarse uno ahí. No buscar sino ver lo que los poemas están viendo. Todo libro es una teoría sobre algo. Más allá de sus propios rubores, sus incertezas, sus maravillosas intuiciones. Eso que hacen pronunciar a sus lecturas es lo que sin querer estamos hablándole a los otros libros. No hay lectura individual ni solitaria. Nadie lee a solas porque en ese dichoso encuentro el corazón late, arterias y neuronas, el cerebro late, los órganos que reproducen el canto y la luz.