El niño calculatodo
Acostumbrado a contar todo lo que encontrara a su paso, el niño calculatodo destinaba su tiempo a calcular una y otra vez bichitos, casas, autos, gatos, paraguas, piedras y edificios. Sin embargo, un día probó un sabor sinigual que ¡zuácate! no pudo calcular. Desde ese momento, comprobó que hay cosas inconmesurables que, por ser tan colosales, enormes o mastodónticas, como un abrazo, un beso o una bella música, no pueden ser contadas, pues su valor sólo es cuantificable a través de los sentimientos, no por la razón.