Espesos ríos de tinta
«Pero los ingenuos no son nada si los comparamos con los despreciables, con el mal disimulado interés de muchos artistas, escritores o actores “rata” que apoyan a su candidato por ambición, trepando y arrastrándose con vileza, como serpientes de la peor calaña, para profitar más adelante y obtener alguna beca, agregaduría cultural u obtener un premio que se supone es de consideración y que les traiga reconocimiento y beneficios pecuniarios. Esos son los peores. Esos son los Genuflexos.»
«Pensó en las bondades y penas de las drogas y concluyó que la esencia de todo estaba en su droga interior, en la que venía consigo desde antes de nacer y que no veía la vida de manera dialéctica. Tiempo después, supo que los ponderax eran adelgazantes y que fueron retirados del mercado por causar hipertensión pulmonar y daños en las válvulas del corazón. Sola dosis facit venenum hubiera dicho nuevamente Paracelso.»
«Cerró los ojos para descansar, con la esperanza de dormir profundamente y olvidarse de todo, pero también, para tener algún sueño loco y divertido que lo trasladara, por algún momento, a otras circunstancias, a otro mundo, aunque al día siguiente lo olvidase todo, al igual que muchos de los libros que leería en su vida.»
«Después de revolver el brebaje con la cucharita, reparé en la espuma y en el pequeño remolino que se formó dentro de la taza, provocándome una sensación melancólica, larga, estirada, con cierto vértigo previo que me sumergió en las oscuras aguas de ese micro océano contenido en una simple taza de café, en el efímero vórtice, en su particular maelström miniatura que me tragaba y que duró solo un par de segundos, pero que bastaron para ponerme la piel de gallina.»
«Ella simuló cierta reticencia en un principio que pronto abandonó. Nos besamos. La llevé a la cama. Le saqué la ropa y ella hizo lo mismo con la mía. Mi lengua comenzó su recorrido a la altura de la rodilla, por el interior del muslo, con lentitud, alternado con suaves besos, avanzando, subiendo hasta llegar a los labios, ondulando, zigzagueando con movimientos cada vez más rápidos y traviesos.»
«Los mendigos gesticulaban grotescamente y de sus bocas desdentadas y violáceas escupían diálogos pueriles y anodinos. Sin duda, para Félix habrían sido personajes interesantes. Este siempre me hablaba de los mendigos de la ciudad o de su pordiosero favorito hasta que una vez uno lo agredió, como si lo reconociera como a un igual, un disidente, un inadaptado.»
«Aunque era un tema inevitable desde hacía años, en ese momento, cuando las gotas de sudor corrían frías por su frente, sintió el desgaste en sus cuerdas vocales como si hubiera sido el cuello de un reloj de arena que se vaciaba; lenta e inexorablemente.»
«Yo era profesor en esa época y lo vi desde pequeño, en el mismísimo Kindergarten, en los juegos del patio, disfrutar, balanceándose una y otra vez en el columpio, con la mirada perdida, extasiada, babeando un poco eso sí, mientras sus compañeritos de curso, incluido su hermano mellizo José y el mismísimo Félix, aprendían de manera anquilosada y, sin color, las vocales.»
«En aquellos días, Félix andaba siempre sin dinero y apenas podía comprar cigarrillos sueltos. Su apariencia era paupérrima, casi como la de un vagabundo, aunque con cierto estilo y dignidad, muy parecido a esos mendigos que de vez en cuando se ven en la calle, tumbados en alguna acera o debajo de algún puente y que más allá de la pobreza, suciedad y alcoholismo, no es difícil imaginárselos como a un gran señor del medio oriente fumando con un narguilé y rodeado de frescas doncellas, cuando en realidad, las doncellas son una jauría de perros pulguientos y el narguilé una colilla de cigarro que alguien arrojó al suelo.» Luis Caroca, Espesos ríos de tinta.