Adiós, Chile querido. Tomo II
Sin embargo el ser se le revela siempre como un declive universal que convoca los anhelos de un pasado antiquísimo, un moroso crepúsculo lo invisible iluminado por un radiante sol de utilería o un anillo rúnico que pudiera devolverle, con un solo golpe o pase, la belleza de sus imborrables sueños juveniles, que permanecen anclados en los fes-tejos con las mujeres que le hicieron regalo de lo mejor de sí. Un día cualquiera se despierta en él un recuerdo que creía olvidado y entonces huye hacia ese atardecer cercado de risas, besos y sables que nombran los sonetos tristes, en pos de la huella de aquella inolvidable frase de amor que, una tarde ya lejana, le fuera musitada al oído bajo los ciruelos en flor, en la clara y serena plaza del barrio de su infancia.