Historias de mi tierra
Nada pude hacer, me quedé perplejo, aturdido; miré hacia la calle; no estaba lejos, sólo tenía que correr, cruzar la línea ferroviaria y llegar a la calle; hasta ahí no me seguiría; para correr era bueno y mi cabeza quería hacerlo, pero mis piernas no se movieron. Ya el valor había abandonado mi mente, iba de la mano de mi voluntad y lo supe cuando recorrían mi espina dorsal, mi estómago, mis caderas, mis tobillos; fue como un frío chorro de miedo que invadió mi cuerpo depositándose en mi cabeza. El bolso me pareció muy pesado sobre mi espalda; mis sienes ardían por dentro; mas, arrojaban heladas gotas de sudor por fuera y humedecían mi cara.
Mi navaja la tenía dentro del bolso; ¡ay, como me arrepentía de no haber usado cinturón y portar mi navaja al cinto!