Ojo líquido
Ojo líquido ensaya una escritura que piensa la aridez de Santiago, la estructura del damero, el río Mapocho encauzado y la estética del orden del Metro; una ciudad amurallada por la cordillera que lotea su precordillera en condominios. Este ojo ve la imposibilidad del contacto en la urbe donde todos están «en resguardo ante lo otro», sin tocarse, en un murmullo regularizado. Cada accidente disminuido: como cientos de dameros, se despliega la ciudad. Se trata de una regulación que proviene de ese plano inicial –el damero– y que a través del capital continúa permeando lo urbano. Sin embargo, en medio de este descampado, el yo es impulsado por el deseo y la expectativa. El lugar de esa posible expectativa habita en el patio trasero, espacio indómito que el «se» impersonal no alcanza: jardín de la escritura y trazo singular cuando las palabras se distancian y las cosas tiran de la ropa. Escritura y jardín aquí son el obrar de una mano que ensaya acontecimientos y accidentes, trazado líquido sobre el cemento. A más de una década de su primera edición, este libro nos invita a revisitar la obra de Guadalupe Santa Cruz, una de las más inauditas y exigentes de nuestro país.