Historias de AlTomé
De la artesanía, greda, mimbre, papel, textil, cobre,
vidrio y cuero, hueso y tantos otros materiales despegan
algunos Artesanos con A mayúscula, superiores
a veces a los artistas con minúscula.
Práxedes Caro en greda, Manzanito en mimbre,
Guillermo Prado en sus volantines y mariposas voladoras
y Héctor Herrera, pajarero insigne en sus
murales y pañuelos son, sin duda, artistas con Mayúscula.
Son creadores, su arte se distingue dentro
del tumulto artesanal tantas veces prostituido por
necesidad comercial.
Modestia a aparte, yo reconozco un Quinchamalí
de Práxedes, un pescado de Manzanito, un volantín
de Prado y un diseño de Herrera en el muro, los
reconozco porque además de excelencia artesanal
hay creación.
A Héctor Herrera lo conocí en un taller de estampados
en 1953, me sorprendió su talento, he
seguido muy de cerca su desarrollo, producto
de su infatigable trabajo, lo he visto manejar ungigantesco bolígrafo inventado por él mismo, es
cañería de cobre que termina en rodamiento de
auto, que patina como campeón de esquí por la
tela virgen clavada sobre su mesa; allí nacían pájaras
embarazadas por aves del paraíso, gorriones
desdichados, enjaulados por enamorados o árboles
cargados de caquis, invadidos por cuervos negros.
No hay espacios vacíos, el todo compacto
hábilmente compuesto, nos da una visión del paraíso
antes del pecado original.
Mi compadre Héctor ha atravesado muchas medias
noches por muchos años, su arte está repartido,
no solo por nuestros 4.300 kilómetros de largo
sino está en cientos de hogares a 10 y 15.000 kilómetros
de distancia, se habla en todos los idiomas
frente a sus obras desde el japonés al ruso pasando
por el francés; es que, este muchacho que llegó
de Tomé lleno de vivencias de bosques habitados
por pajaritos de poesía y música, ha alegrado a Chile
y el mundo porque su arte es universal, alegra a
moros y cristianos.
Héctor es un autodidacta insaciable, lee sin descanso
y trabaja con Bach y música electrónica, pero
es el jazz el que lo ha sacado de quicio y de pájaros
y se ha dado a la difícil tarea de visualizarlo
en formas rítmicas, multicolores. Pinta siguiendo
el ritmo de Bill Evans, Duke Ellington, Mingus, Brubek
y otros excelentes músicos, son grafitis no armónicos,
negros y azules, o negro y rojos, hot jazz;
plásticamente se relacionan con los pájaros en que
son pinturas sobre un plano donde no hay espacios
vacíos, huecos, toda la superficie está invadida con
vitalidad.
Pero la razón de este prólogo no es su pintura,
sino presentarles este espontáneo relato de sus
primeros años en Tomé; años como los de Santos
Chávez en Traiguén son llenos de naturaleza; las
cabras de Santos y los pájaros de Héctor fueron sus
compañeros de juegos, vivencias profundas y enriquecedoras
¡qué diferentes a las nuestras, niños
urbanos de góndolas y acoplados!
Ojalá este primer capítulo sea el principio de
una larga serie de relatos, con Herrera, gran comunicante,
sus aventuras de muchacho Inquieto, al
llegar solo con un canasto con huevos a la Estación
Alameda. Los relatos se relacionan con los de
Máximo Gorki, guardando las distancias literarias, o
los relatos juveniles de nuestro González Vera y los
ingenuos deslumbramientos de Violeta Quevedo;
Aguce sus recuerdos y le deseo buenas memorias.