Tinta fresca
ES SORPRENDENTE LA GÉNESIS DE LOS RELATOS.
Escribí uno, y apenas terminando, otro y otro. Y así fueron más de veinte. En menos de una semana. Aprovechando la experiencia que me habían dado doce años de aprendizaje en el viejo y querido Diario La Providencia.
Con excepción de dos o tres, no son vivencias autobiográficas, sino que más bien reflejan (o pretenden hacerlo) la atmósfera que se vivía en la sala de redacción de un pequeño y antiguo diario de una pequeña ciudad de provincia en la década de los ochenta. Y de su gente.
En un diario y una época que para mí, y para muchos que trabajaron conmigo, fue de aprendizaje y de crecimiento. Una verdadera escuela que me preparó para el resto de la vida personal y profesional.
Y los dejé guardados durante años en una carpeta. Hasta que en las últimas semanas los encontré y, sin alcanzar una gran estatura literaria, me parecieron frescos, livianos, con esa frescura y liviandad que tenía mi pluma en esos años.
Recuerdo que escribí otros cuatro más, pero que se extendieron tanto, que terminaron por convertirse en novelas que aún están guardadas.
Pero esa es otra historia.