Chilena, casada, sin profesión
Chilena, casada, sin profesión es posiblemente el libro que más se identifica con la figura de su autora, Elisa Serrana. Publicado en 1963, esta, su segunda novela (la primera fue Las tres caras de un sello, en 1961) la catapultó al éxito literario; más de nueve ediciones consecutivas en una época en que el número de ejemplares impresos de libros de autores chilenos era bastante más generoso que en la actualidad. A todas luces un gran éxito.
Es probable que su atractivo título influyera; sin duda un acierto. También pudo pesar la figura de su autora, una bella mujer en el esplendor de sus treinta años, en un país siempre deslumbrado por su clase alta. De hecho, se siguen publicando artículos en la prensa sobre ella y en abril de este mismo año El Mercurio tituló un artículo sobre su legado, aunque el texto aborda más su linaje que su escritura.
Una posición facilista sería plantear que la imagen pública de Elisa Pérez Walker (el nombre verdadero de Elisa Serrana), opaca la obra, ya que ella misma se constituyó en un personaje de interés. Y cómo no lo iba a ser, si encarnaba todo lo que aparentemente podía desear una mujer en aquel entonces (y para muchas quizás ahora también). En ella se reunía la perfecta esposa, dueña de casa, madre de cinco hijas, marido exitoso y con “mundo” (Horacio Serrano el primer ingeniero chileno titulado en el MIT, Cambridge, Massachusetts y con cargos diplomáticos). Formaba parte, tanto por su familia como por la de su esposo, de la casta de poder político y económico del país. Así, junto con las notas de crítica literaria, comenzaron a aparecer cada vez más reportajes en periódicos y revistas sobre esta mujer moderna, que no solo logra romper el molde tradicional y ser una escritora publicada, sino también es un éxito de lectoría. De hecho, Marcela, su cuarta hija y quien tomó la posta de su madre como escritora, cuenta que recuerda un día de paseo con sus hermanas y su mamá, cuando al pasar frente a la vitrina de un local de electrodomésticos ve en los televisores que aparecía su mamá siendo entrevistada y que para su madre y para ellas esta notoriedad pública era algo natural. Pero Elisa Pérez dio un paso más, ya que junto con ser escritora, madre y esposa fue una de las primeras mujeres burguesas en desarrollar una carrera profesional al integrarse a editorial Zig-Zag como editora a cargo del área de las revistas infantiles.
Sin embargo, como mencioné en la presentación de Una, —la otra novela de Elisa Serrana que reeditamos en esta colección de rescate de mujeres precursoras del feminismo—, ella misma dijo en más de una ocasión que no se sintió exitosa como escritora, porque no fue capaz de sobrellevar las dificultades diarias que le implicaban sus roles tradicionales para dedicarse cien por ciento a la escritura, comparándose con escritores que persisten a pesar de cualquier obstáculo que se les presente. Este punto es relevante puesto que nos lleva directo a su escritura, porque si algo de ella podríamos pensar que se refleja en sus protagonistas es que estas son mujeres que apenas empiezan a cuestionarse, a sentirse incómodas, incluso vacías —palabra que aparece en reiteradas ocasiones a través de la novela—, en su vida.
Es así como al leer Chilena, casada, sin profesión las actitudes de Teresa Alcalde, su protagonista, vistas desde hoy podrían parecer tan inverosímiles e irritantes como desagradables son los hombres con quienes se casa. Hasta que de pronto todo ocupa su lugar, y lo que reconocemos como lectores es que obviamente Teresa no es una mujer que haya tomado aún distancia de su formación y de los valores que le fueron inculcados, sino que es una joven católica, de clase acomodada, que solo fue educada para agradar, no para tener inquietudes, no para rebelarse, no para buscarse a sí misma y sin embargo...* Serrana que está varios pasos más adelante de su protagonista, de todos modos termina por ceder frente a su rol de madre; Teresa, en cambio, solo calla y acepta, pero al lector(a) le quedan claras las fuertes contradicciones que coexisten en su interior, como podemos leer en esta descripción en primera persona:
Al llegar a la India había empezado para mí la lucha con las llaves; Lucho me miraba fijamente —¿contento de disminuirme?— cuando hurgaba cajones o bolsillos en busca del llavero: una pequeña venganza, una compensación a su conciencia inquieta. Vi detenerse el auto y comprendí que era preciso comenzar a distribuir botellas, jugos, vasos y hielo… Él entró a la cocina y me besó. Viéndome en aprietos se sentía mejor, dispuesto a actuar como un buen amigo. Jamón dinamarqués, ensalada y caldo frío; listo. Otra vez quise a Lucho con toda mi alma, emocionada al verlo, aceptando sus mentiras o anécdotas mentirosas como encantadoras debilidades de niño. Sus respuestas arregladas fueron un bálsamo a mi deseo de acariñarlo, sus llagas a la vista me parecieron una amable razón de existir. Amé sus defectos por entrañar una necesidad.
Hoy, una descripción como la anterior nos puede parecer indignante, incluso imposible, en particular por la sumisión con que Teresa acepta su situación matrimonial y la tranquilidad con que dice sentir deseos de “acariñarlo”, como a un niño con encantadoras debilidades, porque así ella se siente necesitada. Pero tal vez Elisa Serrana nos habla aún más de lo que quisiéramos ver y aceptar las mujeres de hoy, que esperaríamos estar mucho más avanzadas en materia de feminismo de lo que en realidad lo estamos. Sin duda “ver” es el primer paso, pero luego está la responsabilidad de actuar acorde a la independencia e igualdad añorada.