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Detalle
ISBN 978-956-9776-31-1

Una

Autor:Elisa Serrana
Editorial:Zuramérica Ediciones y Publicaciones S.A.
Materia:Novelística chilena
Público objetivo:General
Publicado:2022-12-30
Número de edición:1
Número de páginas:160
Tamaño:12.8x17cm.
Precio:$12.500
Encuadernación:Tapa blanda o rústica
Soporte:Impreso
Idioma:Español

Reseña

En la década de los años sesenta del siglo veinte, un grupo de mujeres se instala por primera vez en Chile con público reconocimiento como escritoras y se las incluye en lo que se llamó la Generación del Cincuenta. Figuraron allí, entre otras, María Elena Gertner, Margarita Aguirre, Elisa Serrana, Mercedes Valdivieso, Elena Aldunate, Marta Jara, María Carolina Geel y Matilde Ladrón de Guevara. Todas publicaron varios títulos, fueron reseñadas por la crítica nacional, participaron en ferias del libro y más de una, como la autora que aquí nos convoca, alcanzó a ser lo que hoy constituiría un best seller. Sin duda este espacio fue posible gracias a la multitud de cambios registrados en el mundo y en nuestro país con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, pero también porque estas mujeres, como quienes las precedieron –varias de las cuales forman parte de esta colección de rescate literario como Rosario Orrego, Inés Echeverría (Iris) y Mariana Cox Stuven (Shade)–, fueron verdaderas precursoras del feminismo al registrar en sus obras y encarnar en su vida diaria, cuestionamientos sociales hasta entonces impensados por las mujeres en nuestro país. La pregunta que se plantea, sin embargo, es cómo leemos hoy estos libros, tras experiencias tan influyentes para el feminismo en gran parte del mundo, como han sido el #8M y el #MeToo de 2017, que han marcado indudablemente un antes y un después en los derechos de las mujeres en los ámbitos privado y público.
Por ello, tomar estas obras que fueron escritas en la década de los sesenta y mirarlas con ojos de hoy es una invitación con una alta probabilidad a encontrarse con descripciones, personajes y argumentos que en el presente aparecen absolutamente impresentables, como un pasajero fumando en un avión. Y, a pesar de que desde los años sesenta hasta ahora el mundo es otro, en especial por los efectos de la revolución digital, y que los parámetros sociales son muy diferentes, no deja de ser interesante descubrir, gracias a obras como esta, el recorrido que ha sido necesario para que se gesten los cambios, más aún, cómo todavía podemos reconocer conductas y actitudes supuestamente obsoletas que se mantienen vigentes e impiden que las mujeres se posicionen realmente en un plano de igualdad y autonomía plena. De ahí que si una novela como Una, de Elisa Serrana, emociona, ejemplifica algunas facetas iniciales de las rebeldías individuales que impulsaron un cuestionamiento a las estructuras sociales y mentales de nuestra sociedad e ilumina ciertos rasgos que permanecen a casi sesenta años de su primera edición, bien se justifica su reedición y (re)lectura.

Elisa Serrana, es el seudónimo que utilizó Elisa Pérez Walker adaptando el apellido de su marido, Horacio Serrano, para publicar sus novelas. Todas ellas fueron muy bien recibidas por los lectores y Una, en particular, publicada por editorial Zig-Zag en 1965, fue considerada la mejor de todas.
La novela gira en torno a Margot quien, aferrada a la baranda de uno de los puentes del río Mapocho, repasa eventos clave de su vida, mientras la desesperación de lo que percibe como una existencia Fracasada (con mayúscula) se apodera de su mente, de su cuerpo y de sus emociones. Piensa en el suicidio y busca reconocer en las aguas del río santiaguino la imagen de la mujer poderosa que un día creyó ser. Pero ni los recuerdos ni la corriente barrosa le entregan el reflejo que espera la rescate; por sobre todo, es incapaz de entender por qué ella –siempre la más bella, glamorosa y refinada–, se siente tan vacía y frustrada.
En su momento se le reclamó a la autora que su relato se basaba en el suicidio de una mujer ocurrido hacía poco. Serrana lo descartó categóricamente, pero lo cierto es que, para efectos del libro, el que dicho suceso hubiese sido o no fuente de inspiración poco importa, ya que lo destacable es cómo la escritora utiliza esta escena –que atraviesa la novela de la primera a la última página–, para darle estructura y a la vez representar en ella el sentimiento filosófico y literario existencialista tan en boga en ese entonces, a través de la lectura de intelectuales de la época como Sartre, Camus y De Beauvoir. De esta última probablemente adopta Serrana también conceptos fundamentales para el feminismo como la definición de feminidad como una construcción social que distingue entre un hombre como sujeto absoluto, dueño de su voluntad y de su acción, y a la mujer como objeto dependiente, que requiere (y a veces también busca) aprobación y protección, aspectos estos últimos, que convertirían a la mujer –a ojos de la filósofa francesa–, en cómplice de la falta de libertad femenina1.
En la novela, la vida de Margot se reconstruye a través de una narración principal que describe los hitos fundamentales de su vida, intercalada con la voz interna de la protagonista, que entrega el sentir y las reflexiones que hace sobre los hechos descritos. De este modo el lector(a) va conociendo a esta mujer que nació sintiéndose especial, particularmente, porque desde niña reconoció su deseo y su capacidad para dominar a los demás gracias a su belleza y capacidad de manipulación. Ejemplo de lo anterior es cómo en los juegos infantiles con sus hermanos le era fácil dominar a su hermana menor, Marie-Louise, pero Carlos, el mayor, se le resistía y esto la indignaba. Luego, se relata también cómo siempre capta la atención de todos, particularmente de los hombres, y suele jugar con la atracción que despierta en ellos. Esta sensación de poder y las libertades que le otorga el provenir de una familia adinerada, le permiten a Margot romper con ciertas normas sociales tradicionales en sus años de juventud (mediados década del veinte). Por ejemplo, Margot no espera a que le pidan matrimonio; ella se lo propone a su novio del momento, Arturo, pero más para usarlo como una carta de libertad y viajar huyendo de Chile, que por amor, como él mismo le reclama en los argumentos que le da en principio para no aceptar la propuesta:
Arturo no cedía. La miraba sin agregar nada, desde la misma distancia. Distancia también marcada entre ellos para siempre—. ¿Qué esperas, monstruo?
—Un argumento.
—Te los he dado todos.
—Te falta uno, importante.
—¿Qué esperas?
—Oírte decir una frase.
—¿Cuál?
—Que me quieres.
—¡Ah!...

Tampoco le interesa tener descendencia ni busca sentirse realizada a través del rol de cuidadora de hijos, nietos ni padres mayores. Lo que ella desea es vivir en las ciudades más modernas –Nueva York y París–, disfrutar de la vida social del más alto nivel y gozar su sexualidad con libertad.
Pero, y si todo se da tan bien para ella, ¿qué la lleva a cuestionarse su vida y decidir que es una fracasada? ¿qué justifica los celos constantes que le provoca la vida tradicional de su hermana, perfecta dueña de casa, madre y abuela santiaguina? ¿Es su desesperación solo producto de la falta de recursos económicos para sostener su tren de vida sofisticado?
La angustia que expresa Margot pareciera indicar que percibe algo más que la sola vergüenza de haber derrochado su fortuna y su vida. Más bien, el vacío de su existencia pareciera apuntar a que todas sus libertades fueron solo una expresión incompleta de un protofeminismo o de un feminismo mal entendido, ya que al perder sus herramientas de poder externo –belleza y dinero–, todo se le vino abajo. Como mencionó Matilde Ladrón de Guevara en la crítica que hiciera a la novela en el diario La Nación el 30 de enero de 1965: “¿Cabe algo más dramático que la mujer madura aprisionada en la juventud, tratando de sostenerse en ella, cuando la ha abandonado?”
Podríamos pensar que el personaje de Margot, solo alcanza a develar una mujer que vive en los inicios del feminismo, que apenas vislumbra el derecho a ser sujeto, dueña de sus decisiones, pero que se quedó en lo superficial, pues como explica la antropóloga y política mexicana Marcela Lagarde2, un feminismo real requiere que las mujeres y la sociedad construyan su plena autonomía, concepto diferente al de independencia. Margot, tuvo independencia, pero no construyó autonomía, es decir, no asumió la responsabilidad de sus actos, no se preparó para asumir por sí misma, sin desarrollar desde la mirada ni el aporte de los demás, su vida propia, su interioridad, sus propios recursos y así su real autonomía.
Probablemente, algo haya en esta novela de las propias contradicciones de la autora, mujer bella e inteligente, integrante de la aristocracia nacional, que se debatió también entre romper con el molde tradicional (fue la primera editora de las revistas infantiles en editorial Zig-Zag, ¿en? escribir novelas) y cumplir con el papel que le inculcaron desde pequeña, ser individuo desde la mirada del otro, del hombre de quien depende en el fondo y validada desde su rol de esposa, madre y abuela. De hecho, como ella misma declaró en entrevistas, siempre se sintió frustrada como escritora al no poder conciliar su rol al interior de la casa como madre y esposa y dedicarse a la escritura3.
Al final de cuentas la pregunta que nos deja Una, es para los lectores ¿estamos las mujeres chilenas de hoy viviendo nuestras vidas con plena autonomía? ¿estamos nosotras mismas y la sociedad fomentando el desarrollo de mujeres independientes, responsablemente dueñas de sus decisiones y su actuar? Margot dio los primeros pasos, pero en ese entonces ni ella ni la sociedad estaban preparados para darle el lugar que quería tomar, las jóvenes de hoy tienen un escenario muy distinto.

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