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ISBN 978-956-410-657-1

Costumbres, personajes típicos y anécdotas de mi pueblo (Segunda Parte)

Editorial:Gajardo Ríos, Valentín Antonio
Materia:Novelística chilena
Público objetivo:General
Publicado:2022-07-11
Número de edición:1
Número de páginas:200
Tamaño:14x21cm.
Precio:$10.000
Encuadernación:Tapa blanda o rústica
Soporte:Impreso

Reseña

“Cuándo voy por las calles de mi pueblo mirando a sus gentes y en ellas descubro sus rostros…”
Con estas frases, con estas palabras iniciaba el primer tomo de mi libro “Costumbres, Personajes Típicos y Anécdotas de mi Pueblo”, allá por el año 2009. Me agradaba, solía llegar hasta el eje central de calle Arturo Prat con Carrera, allí en donde converge este central punto de encuentro, gustaba de pararme y esperar la salida de la misa a eso de las 13 hora de los días domingos. Las personas, toda gente muy conocida me alzaba su saludo y sonreían. Unos a otros intercambiábamos gentilmente una sonrisa en los labios, como gratitud. Era una sensación de agrado muy empática, sentía el calor pueblerino, un apego de amistad, un cultivo de emoción nativa. Algo tan familiar como al interior de tu propio hogar, nuestro pueblo era un gran hogar, un sitio en el que todos participamos sin distinciones. Ahora cuando voy por sus calles rara vez descubro un rostro conocido. En los últimos años Marchigüe se ha convertido en un pueblo cosmopolita al igual que una gran urbe. De un tiempo a esta fecha todos los rostros tradicionales han desaparecido en una multitud foránea y extranjera, con distintos matices y hasta el color de piel, sin discriminación, ha cambiado también. Sobre sus antiguas veredas, voy entre una muchedumbre entre la cual rara vez distingo un rostro amigo. Las fases extranjeras vienen con un aire de hermetismo, de mutismo y de ensimismamiento, como en las grandes ciudades, traen con ella un carisma que no es propio de esta tierra, sino de la urbana sociedad. Su tranco raudo difiere mucho de los pasos de mi gente, la calma sobrepuesta por la premura, por el apuro, y algo muy importante y agobiante también, el sosiego sobrepasado por la intranquilidad. Ya no cruzas la esquina desinhibido, descuidado, desenvuelto de preocupaciones, tienes que ir atento porque los vehículos arremeten y raudos se abalanzan irrespetuosos, atrevidos, emulando el tráfico de la capital y lo que es peor aún, las puertas de nuestras casas ya no están abiertas, confiadas en la seguridad que nos daba la certidumbre que todos nuestros vecinos se cuidarían al unísono, entre ellos, como cada cual para todos. Una alerta te exalta, hay que estar atento, no por desconfianza ni discriminación, sino por seguridad. Hoy a diario nos repiten tomar prevenciones. ¡Que exponencial ha sido el cambio en nuestro pasivo pueblo del viento!, con su viento libre y soberano, descontaminado, sin espasmos, con su retícula de olores silvestres, muy saludables para todos sus residentes… Cambios de cambios en honor al progreso, a un interés económico, acomodadizo a las nuevas generaciones. Allí en donde existía la pasividad hoy hay premura, una invasión violenta a la cotidianeidad. El ruido también nos ha invadido, caminamos en un tumulto de chirridos, de motores y bocinas, de colores metálicos y de luces fosforescentes. Y ahora todo va muy rápido y aun así vivimos atrasados, el tranco y hasta el saludo se acorta para ganar tiempo, y la tecnología cada vez nos exige más, unos nos adaptamos y los otros se quedan atrás, dolidos, como cuando nos dejaba el tren que iba y venía rumbo a la costa con su reptar que nos encantaba y distraía, más aún que un navegar en Internet…
¬¬¬ Qué hay de Juan o Pedro, que hace mucho que no le veo. Es que pasó entre la muchedumbre, es que allí está, desapercibido entre la multitud y no alcancé a distinguirlo para saludarle. Sí, ellos tampoco me divisaron. En donde nos veamos nos saludamos. Así era el dicho que hoy no se conjuga, porque van muy rápido, como yo voy también, al igual que los otros. Es esta una sensación de incertidumbre y recogimiento, de ambigüedad, porque antes todo era real y lo podíamos palpar, y oler y escuchar los trinos transparentes que ahora son solo un lejano piar que no aflora sobre el ruido permanente.
Y se arruman los grupos en distintos sectores, pero no intercambian saludos ni palabra, solo hablan vía celular, de esa forma, mediante aparatos inteligentes, están más cercanos de quienes están lejos que de aquellos que tienen cerca y se compenetran vanamente en una pequeña pantalla que les conecta lejos, y por eso mismo están ausentes, visitando y deslizando páginas, una tras otras sin detención, con aires de importancia, sin siquiera detenerse para dilucidar su contenido, y así viven en una sociedad ausente… y se reúnen, no sé para qué pues todos están conectados a otro sitios, y sobres las aceras van caminando ausentes, insertos en un aparato celular que les impide ver a su entorno más inmediato, y por tanto no advierten la presencia de su vecino, o de aquella persona que cruzaron en su raudo caminar…
Es por eso que a estas alturas del tiempo, he decidido que ya es hora de retomar el rescate de nuestras raíces, reanudar y revindicar aquellas historias que están en la memoria oral de mi antiguo pueblo, de sus personajes típicos, de sus costumbres, las anécdotas que forman parte de la idiosincrasia de su gente, desde la perspectiva jovial y simpática, empática, que es un vocablo de mucho trajín actualmente en la farándula proveniente de distintos ejes, un término que exige, pero muy poco entrega, así el verbo es un verbo para terceros…
Pues aquí vamos, sin miedo al progreso que de cierta forma nos impide, muchas veces, retrotraer la historia, la historia amena, dejando de lado la otra, esa que hiere y que a tantos le agrada acopiar para mantener vivas las heridas del pasado. Nuestra línea es y deberá ser amena al común de mi gente de las pasadas y futuras generaciones, cada una como un eslabón en esta cadena ecológica de mi Pueblo de los Molinos, como lo llamamos, lo cual nos produce gran orgullo y placer.

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