El habitar del último instante
En estos dos años de pandemia, en Chile han muerto más de 57.000 personas por complicaciones asociadas al Covid-19. Una estadística que incluye a aquellos enfermos que fallecieron con un examen PCR positivo y también a quienes fueron sospechosos de haberse contagiado con el virus, pero que partieron sin un diagnóstico confirmado e incluso no llegaron siquiera a ser atendidos en un centro de salud.
Estas cifras, sin embargo, no hablan realmente de las vidas que se perdieron, de los mundos que habitaron las víctimas de esta peste, de las pasiones que movían sus rutinas diarias, de los conflictos sin resolver, de los amores truncados, de las cosas que dejaron de hacer, los espacios íntimos que habitaron, en fin, de aquellos objetos y recuerdos inmateriales que hoy forman parte de esta memoria pandémica. Mundos que inevitablemente siguen adelante: un hijo huérfano, una casa en la playa, las olas golpeando las rocas, amigos desconsolados, un video de un funeral solitario en Facebook, fotografías en blanco y negro, videollamadas de enfermos agonizando, despedidas detrás de un vidrio en una sala de cuidados intensivos, ancianos y ancianas honrando a sus compañeros de asilo, el audio de una voz ahogada, una bicicleta que aún sigue recorriendo el asfalto, un ánfora en el living que espera un velorio, el recuerdo de una mujer desnuda en un ataúd, una casa que acumula polvo y soledad en 360 grados.
Son esos universos, reconstruidos a través de 28 historias de víctimas y familiares, los que configuran este proyecto documental como una especie de museo de la tragedia, que busca contar las vidas de los que ya no están. Lo que fueron y lo que quedó: la memoria de los muertos del covid.