La maldita comida
A la mañana siguiente, Damin trepó al muro del patio y permaneció allí parado durante media hora. Más allá del muro había un granado sin granadas, el cual crecía densamente repleto de hojas. La pared del muro estaba llena de petunias, con horteras flores rosas, algunas de las cuales habían florecido en el árbol. Junto al granado había un pasillo. Los vecinos entraban y salían, con la barbilla levantada, mirando al hombre en la pared y preguntándose qué estaría tramando. Damin cruzó los brazos, entrecerrando sus ojos soñolientos y mirando infatigablemente a un lugar apartado frente a él, como si no pudiera despertar de un sueño y fuera a continuar en ese estado para siempre.