La cueva
Los poemas que componen el libro se equilibran entre la ternura y la brutalidad, en medio del desasosiego de la naturaleza, aquellos paisajes que el extractivismo aún nos permite registrar con la mirada y la memoria. La muerte surge como una presencia, un desencanto más en medio de la precariedad, una sombra que activa y repliega las imágenes, que se vuelven el mismo territorio y sus marcas geográficas, contextualizando lo social y reafirmando su lugar de escritura, las zanjas, el peladero, las quebradas, los cambios arquitectónicos, las degluciones del capitalismo frente a la infancia y sus contrastes, sus faltas.
Hay un regreso a lo que continúa en su delicada evolución, ajeno a la violencia y sutil en su permanencia, los espacios de lo diminuto como nuestra épica y posibilidad de sobrevivencia: entre lavandas /hiedra / crece pegado a la pandereta/ un canelo/, como un retorno a lo esencial, entregándonos un mapa, un camino reflexivo, una fuente antripatriarcal, intrínseco en su lenguaje, al desgaste de esta era, donde la sangre no chorrea /se acumula en charcos.