Reseña

Aquí estamos, en tiempos donde nos vemos socialmente enredados en un adiestramiento y
la reacción instantánea es un mantra. Aquí levanta la mano Álex Bay ofreciéndonos
observar lo que ha observado, palpar lo que ha palpado, saborear aquello que la lengua de
su cerebro articuló y saboreó libremente. Se nota que sabe nadar tranquilo. Mantiene la
cabeza fuera del lenguaje para dejar respirar sus imágenes o lo que sean estas impresiones
que nos traspasa.

Afortunadamente, sus poemas no esperan una reacción que demuestre la afección que nos
provoca, sino que nos interpelan desde esta especie de espejo de dos cuerpos: "Oficio
permanente" y "Ruptugrafía", que parece tantear dos diálogos distintos con sus lectores y
lectoras. Aunque la letra impresa hoy nos parezca también una cuarta pared, la verdad es
que los libros siempre han conversado, entre ellos y con nosotros y nosotras, como si
fuésemos cordilleras de cetáceos. Así, los versos de Álex Bay nos ofrecen detener el
cronómetro para descubrir que este espejo está formado por innumerables astillas y que en
cada una podemos detenernos a mirar cómo se despliegan de nuestros cuerpos, otros
cuerpos, fuera del mantra.

Atravesar el espacio mental que es la ciudad, escapar de su industrial estructura y su forma
de leernos en ese mismo tránsito, es un ejercicio que Álex Bay ha vuelto oficio,
exponiéndose a quedar permanentemente prendado en la reconstrucción de conceptos.

(Él se lo ha buscado)

Romper lo líquido, el eco duro y la imagen fija de la existencia presentándonos sus poemas
es ofrecernos una oportunidad de que esa parte de nuestro cuerpo, que siente placer con las
palabras, sea usada en nuestra debida reconstrucción.

Luis Pezoa (aka Doctor Pez)