Mi diario de viaje por el lago Ranco
Es verano del año 1910. Arriba en Río Bueno una singular comitiva desde la capital: un grupo de guías, un hombre, un sacerdote y una distinguida señora. Ella es Inés Echeverría, o Iris, su seudónimo. Es una mujer aristocrática y feminista de 42 años, madre de tres hijos y una consumada trotamundos. Ha recorrido Europa y Tierra Santa, ahora su destino es la cuenca del lago Ranco.
Mediante cabalgatas nocturnas, rodeada de oscuridad y sonidos abismales que revelan sus miedos internos, y paseos diurnos, cuya luz rebota en el lago y en su espíritu, se aventura Iris en una intensa travesía.
A bordo de la pequeña embarcación Elfrida, la belleza escénica del sur de Chile «le dobla las rodillas». Visita la localidad de Llifén, la isla Huapi y alrededores, y describe a sus habitantes, tanto colonos como huilliches, con minuciosidad y extrañeza.
Su viaje es un peregrinaje hacia un mundo exterior frondoso y casi desconocido hace ya más de un siglo. Pero también hacia un camino interior bajo la guía de los principios de la teosofía que ella porta en su equipaje y que, a fin de cuentas, devela que el viaje es realmente «un estado del alma».