Estado de alerta
Entre el miedo y la esperanza
Las convulsiones que empezó a experimentar Chile a partir del 18 de octubre de 2019, debido a la irrupción de la violencia en gran escala, configuraron un riesgo real de fractura institucional, lo cual, si llegara a concretarse, significaría tropezar con piedras parecidas a las de hace medio siglo: el fundamentalismo ideológico, las veleidades frente a la violencia y, ciertamente, la inconciencia sobre el deber de cuidar las libertades.
Soy un sobreviviente de la tempestad del 73 y estoy convencido hoy de que la política no es una especie de guerra, o de preparación para la guerra. Tenemos que aprender de la historia, pero ello exige mirarla de frente. Por desgracia, quienes han llegado a propiciar una ruptura democrática y constitucional se muestran amnésicos respecto de los traumas sufridos por el país. Parecen creer que los espasmos y la fiebre son señales de buena salud y que, enseguida, vendría necesariamente la felicidad del pueblo. Es la inconciencia extrema sobre la posibilidad de que Chile se deslice hacia el desorden y el marasmo, lo que significaría que entrara en una etapa de inestabilidad de la cual le costaría muchos años salir.
Solo podemos promover una política a escala humana, en tiempos humanos. No lo sabemos todo ni lo podemos todo. Más vale estar conscientes de ello, para no ceder a la desesperación absoluta ni dejarnos llevar por la esperanza absoluta. Si queremos mejorar la sociedad, tenemos que actuar según el principio de realidad, que exige tener los pies firmes en la tierra.
Me declaro tierrafirmista, como aconsejaba Nicanor Parra.