Reseña

La poesía es capaz de construir mundos a partir de la realidad y la experiencia pero distintos a ellas y, por eso, más significativos. El lenguaje de la poesía es, además, radicalmente diferente al de la lógica pues permite que se anulen las contradicciones y se dé paso a la singularidad, a lo irrepetible. Todo esto es apreciable en estas páginas de Ana Cuadra, donde se ha construido un mundo a partir de los afectos profundos y de una auténtica nostalgia del paraíso personal. Un mundo en cuya geografía se superponen Dos Nortes, tal como lo indica el título de esta obra poética.
Esos dos nortes poéticos los ha ido gestando una experiencia de vida, pero también una voluntad creadora, fiel a las tradiciones de la poesía hispanoamericana (no en vano, en el libro, nos encontraremos con varios homenajes a eximios poetas de esta región del mundo). La experiencia vital de Ana Cuadra, como la de todo ser humano es compleja, pero tiene dos puntos cardinales que son decidores: el lugar de nacimiento, donde creció y se convirtió en una mujer adulta, en el norte de Chile; y el lugar de un exilio, que ha sumado muchos años, en el norte de Europa, en Suecia. La voluntad creadora fusiona estos dos puntos del planeta porque desde ellos se está al unísono mirando la realidad.
La palabra norte denota una ubicación geográfica, bastante relativa porque depende del lugar donde uno se encuentre situado, pero asimismo la palabra norte connota una meta y a veces, como se sabe, esa meta, ese norte, puede ser el Sur. En la poesía de Ana Cuadra esos dos nortes también son una meta porque todo el tiempo se los está queriendo alcanzar. Pero ¿dónde si no en la propia poesía, en su magia, está situada Ana Cuadra para conseguirlo? Desde allí logra revivir tiempos y lugares que ya nunca serán los mismos aunque se vuelva a ellos, al lugar de la infancia–y del abandono forzoso– que siempre trae consigo la nostalgia del Paraíso, pues se va depurando en la memoria y haciendo cada vez más añorado, con la presencia del pimiento, como centro, como árbol de la vida. Pero también está el norte sueco, ya imposible de dejar del todo porque la vida allí ha sido apacible y, quizá lo más importante, porque en los cementerios de esa tierra hay enterrados, seres queridos. Y además, por las calles de ese país se ven pasar las nuevas generaciones, esas que tienen dos nortes y dos raíces.
Todas estas sensaciones, y otras que dejo al lector para descubrir, me han provocado la lectura de las poesías de Ana Cuadra. Quien se acerque a ellas sabrá disfrutarlas y, de seguro, encontrará allí todavía mucho más.