Diario del caos
En confinamiento, sumido en el mundo de Alicia a través del espejo en el que cada día había que dedicar las energías a permanecer en un mismo lugar, Sherezade propuso un reto creativo semanal y los textos empezaron a saturar el hiperespacio. A la vuelta de algunas hojas de calendario el ejercicio cotidiano había dado como fruto una exploración textual caótica a través de la elipsis, el fragmento, el intertexto y la metatextualidad. El Diario del caos resulta entonces de un escape hacia la imaginación guiado por las premisas de Sherezade, extendiendo los límites de ese territorio que Ana María Shua define como fronterizo al norte con el poema en prosa, al sur con el chiste, al este con el cuento corto y al oeste con el aforismo. El Diario del caos se nutre de memorias infantiles, lecturas, filmes y la realidad que se volvió más extraña que la ficción en un año que cayó -y nosotros con él- en una infinita madriguera de conejo.